domingo, 13 de diciembre de 2009

Retomaremos nuestros contactos en 2010 Felicidades

viernes, 13 de noviembre de 2009

Distinción al Dr. Alfredo Gutiérrez

El programa radial "EL SONIDO DE MI GENTE" de Radio Nacional otorga desde hace 14 años el Premio Destacados 2009 a gente que se destaca por su actividad cultural y sus valores.
Tenemos el gusto de anunciar que uno de los socios fundadores de PROMIR, el Dr. Alfredo Guitiérrez, ha sido galardonado este año por su participación en la plástica (óleos).
Parte de las obras se están exhibiendo en el Distrito Centro (en la muestra “rosarigasinos”) hasta el 16 de noviembre.
La entrega del premio se realizará el 26 de este mes en el Teatro Nacional, Córdoba 1331, de 20 a 21,30 hs. 

domingo, 8 de noviembre de 2009

Caberet berlinés: Marlene Dietrich

Conferencia musicalizada: "Cabaret berlinés, Marlene Dietrich y después..."
Dr Héctor Alonso, 

Musicalización: Graciela Mozzoni y Néstoe Mozzoni
Miércoles 18 de Noviembre a las 21 hs 
La Favrika- Tucumán 1816. 
Charla, proyección de algunas escenas de películas y acción musical en vivo
También se puede tomar y/o comer algo. 

miércoles, 5 de agosto de 2009

Dr. O. Bottasso: Lo esencial en investigación clínica

Prólogo

Dra. Christiane Dosne Pasqualini

Instituto de Investigaciones Hematológicas de la Academia Nacional de Medicina, Buenos Aires.

We dance round in a ring and suppose

But the secret sits in the middle and knows

ROBERT L. FROST (1874-1963)

Recibir una invitación para escribir el Prólogo de un libro sobre investigación es un honor y a la vez un placer puesto que me permite intentar una visión retrospectiva después de más de 60 años en lo que me gusta llamar “el mundo del investigador”. Hacer investigación biomédica es, como dice la cita de Robert Frost, tratar de descifrar los inagotables misterios de la naturaleza, para lo cual se necesita un entrenamiento especial que es lo que consigue instrumentar Oscar Bottasso en este libro.

Ante todo, para mí, haces investigación es como aprender “un idioma” de la mano de un director, como se aprende el primer idioma de la mano de la madre-el idioma materno. Entonces, ¿para qué un libro sobre el método científico? Sin embargo, cuando a los 22 años tuve que aprender un nuevo idioma, el castellano en ese caso, un “manual” me hubiera venido bien.

¿Qué se necesita para hacer investigación? No hay duda que ante todo hay que tener vocación. Como dijo James Watson al celebrar los 40 años del descubrimiento de la Doble Hélice, We used to think that our fate was in the stars, now we know that our fate is in our genes. También es cierto que se necesita un ambiente propicio y presumiblemente algo de suerte. Se calcula que no más del 1% de los estudiantes tienen las condiciones adecuadas y que con el tiempo sólo la mitad llegan a convertirse en auténticos investigadores.

A título de ejemplo, vale la pena mencionar como me inicié en investigación. Indudablemente, pertenezco a una familia de investigadores: mi abuelo era Ingeniero Químico e inventor, también lo era mi padre y lo son mi hermano y mi hijo y ahora mi nieto completa la quinta generación. Pero debo reconocer que en mi caso tuve la especial suerte de tener un primer director con una motivación y una dedicación de tal potencia como apra contagiar ese “amor a la investigación” a todos los que se formaron en su laboratorio. Era nada menos que Hans Selye, el “genio del stress”.

Viene al caso, como anécdota, recordar cómo llegué a su laboratorio, el 1º de setiembre de 1939. Unos meses antes había obtenido el título de B.Sc. con orientación en Bioquímica, en McGill University en Montreal, y le había mencionado a mi mentor, el Profesor de Bioquímica, que no podría continuar mis estudios en la Facultad de Medicina como eran mis deseos porque mi padre no podía seguir costeándolos. Me encontró una solución proponiéndome un puesto de Jefe de Trabajos Prácticos en histología y sugiriendo que cursara la materia a la mañana y ayudara a mis compañeros por la tarde.

Acepté el desafío y hoy considero que esto fue una ayuda “del destino” instrumentada por mi mentor.

Hans Selye era Profesor Titular de Histología y como tal estaba en todo: daba clases brillantes, planeaba los experimentos con cada uno de sus colaboradores y los controlaba diariamente. Trabajaba principalmente en ratas en las que su especial habilidad manual le permitió desarrollar varias técnicas quirúrgicas, por ejemplo la hipofisectomía. Selye tenía entonces 32 años y poseía una personalidad carismática con gran influencia sobre los que lo rodeaban. Su entusiasmo era tan desbordante que pronto me convenció que me dedicara a la investigación cursando sólo las materias preclínicas mientras preparaba mi doctorado. Durante tres años, además de la docencia, bajo la dirección de Selye, hice experimentos sobre “la reacción de alarma” que culminaron en una Tesis Doctoral sobre “El papel de la suprarrenal en la resistencia general”. En 1942 obtuve el título de Ph.D. en Medicina Experimental mientras mis compañeros se recibían de médicos con un M.D.

Ese mismo año, a los 22 años, llegué a la Argentina con una beca (Canadian Federation of University Women Travelling Fellowship) para hacer investigación con Bernardo Houssay en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Encontré allí un ambiente latino y una joie de vivre que no existía en mi universidad anglosajona. Houssay cumplía un full-time que se había impuesto de 7 de la mañana a 7 de la tarde y estaba rodeado de alrededor de 100 colaboradores, entre ayudantes de cátedra, investigadores y médicos, con un promedio de edad de 28 años, en tanto que Houssay tenía 55 años. Siempre parecía tener tiempo para explicar lo que fuera, y para operar, en especial perros y sapos –lo que le gustaba hacer personalmente-. Era especialmente cordial con los investigadores, con un entusiasmo desbordante por los múltiples temas que dirigía. Seguía el curso de los experimentos de cada uno de sus colaboradores y característicamente solía dejarles diariamente un papelito, con una sugerencia, con una ficha bibliográfica, una idea o sencillamente “véame BAH” (sus siglas que eran también las del sapo Bufo Arenarum Hansel). Creo sinceramente que este período de mi beca –julio 1942 a junio 1943- fue la época de gloria del Instituto. Pocos meses después, Houssay, por lamentables razones políticas, tuvo que abandonarlo.

Visto retrospectivamente, tanto Houssay como Selye hacían la investigación típica de la época, el modelo “extirpación-extracto”, es decir, sacar una glándula y recomponerla con su hormona. En ambos laboratorios, lo llamativo era la dedicación, la sistematización, y la constancia con que se hacía, se escribía y se publicaba. Estos cuatro años en dos laboratorios tan estimulantes el uno como el otro sellaron mi destino como investigadora.

En 1957, al iniciar la Sección Leucemia Experimental del Instituto de Investigaciones Hematológicas de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, me pregunté ¿Qué me había quedado grabado de mi aprendizaje en investigación? Destacaría como esencial, en la relación alumno-director, lo siguiente:

1º- despertar la vocación del alumno a través de un entusiasmo compartido;

2º- asegurar la dedicación compartiendo un efectivo full-time;

3º- aprovechar la creatividad de la juventud;

4º- asegurar y compartir la libertad de hacer y de decir;

5º- darse tiempo para reflexionar;

6º- no dejarse abrumar con todo lo que proporciona el Internet.

7º- asegurar la continuidad del trabajo hasta su publicación.

8º- compartir el placer del “descubrimiento”.

No hay duda que una mente joven, sin inhibiciones ni dogmas, favorece la creatividad; por ejemplo, James Watson tenía 23 años cuando publicó el trabajo que le valió el Premio Nobel. Por otra parte, siguiendo con mi comparación inicial, no hay duda que se aprende un idioma más fácilmente cuando más joven.

Si bien la investigación que hice a través de tantos años y que hicieron los más de 50 investigadores –principalmente biólogos- que se formaron al lado mío puede catalogarse como oncoinmunología experimental, la investigación clínica sigue las mismas reglas y tiene los mismos atributos. Los estudiantes de medicina y los residentes junto con el Jefe de Sala pueden también experimentar el placer de “descubrir” aunque sea sólo un pequeño rasgo nuevo en un caso particular de una enfermedad determinada. Sin embargo, contrariamente al investigador básico que trabaja en su “torre de marfil”, el investigador clínico se ve a menudo abrumado por los miles problemas impostergables de sus enfermos y es ahí que tendría que aplicar el dicho inglés Stop and reconsider es decir, hacerse tiempo para reflexionar.

Sólo me resta augurarle éxito a Oscar Botasso y desearle que con este libro se cumpla su deseo de formar profesionales que en su práctica diaria sean capaces de hacer investigación casi sin darse cuenta.

Como reflexión final, hay que recalcar que el investigador es por naturaleza un individualista y como tal necesita amplia libertad en todo sentido, tal como lo expresó hace años un destacado oncólogo con estas palabras:

Research needs unlimited vistas and unfettered dreams.

Research is hampered by all limitations and all dogma,

Religious, philoshopical, or political.

Or research dogma

MICHAEL B. SHIMKIN (1912-1989)

Upon man and beast. Adventures in cáncer epidemiology.

Cancer Res 1974;34:1525.

Dr. A. Gutiérrez: Un deprimido en la Familia

Prólogo

Héctor O. Alonso

Admitió, sin embargo, que en la portada de la nueva obra

convenía el prólogo vistoso, el espaldarazo firmado

por el plumífero de garra, de fuste.

Jorge Luis Borges, “El Aleph”

Tapa del libro del Dr. Alfredo J. Gutiérrez, de Ediciones Promir.

Lord Byron, en uno de sus momentos de cinismo, escribió: “tan pronto crea a una mujer o a un epitafio”. O a un prólogo. Los prólogos, es sabido, no siempre son confiables. Ejemplos se reportan de prólogos escritos sin conocer el libro en cuestión; una quizás sabia decisión en ciertos casos, aunque repudiable como procedimiento. Como en el cuento de Borges, el posible prologuista puede sentir, frente a la inminente distinción, erizarse los pelos de la nuca, y, de ser distinguido con la misión, disponerse al eufemismo raudo o a la mentira flagrante.

O bien, la mujer, el epitafio y el prólogo pueden ser no sólo sinceros, sino justos. El lector de este libro tendrá la última palabra, por lo que los prólogos, si acaso, deberían leerse probablemente no al principio sino al final.

La depresión debe ser considerada, por muchas razones, una enfermedad, semejante a otras muchas. No es bueno que sea vista como una vergüenza o como un mérito metafísico, como un baldón a ocultar o como un lujo del sentimiento.

Es una enfermedad, y no sería difícil que en un futuro próximo confirmemos que el proceso tiene más de orgánico de lo que muchos estilistas de la mente querrían reconocer. Como en muchos otros procesos, una combinación algo azarosa pero puntual de lo genético, lo químico y los vaivenes de la existencia puede eventualmente terminar en la enfermedad que hoy llamamos depresión. El caso es que esta enfermedad es una forma particularmente dolorosa e invalidante de daño. El enfermo a la vista no renguea, ni se arrastra, ni experimenta dolores físicos (aunque puede tener, como se verá, manifestaciones orgánicas engañosas). El laboratorio y las radiografías no revelan lesiones. Pero sin embargo sus síntomas son, o pueden ser, atroces, y las consecuencias de su enfermedad, de alto costo emocional, actitudinal y social. En el mejor de los casos, el deprimido puede sentir que transcurre por la existencia como si viviera permanentemente sumergido en un tonel de melaza; lentificado, en cámara lenta, apenas respirando, como en un mal sueño. Moverse en la melaza le cuesta un esfuerzo supremo, y la melaza también es mental. En la peor de las circunstancias, es una pesadilla de interminables veinticuatro horas diarias.

Cierto, la cultura occidental actual favorece conductas que podrían calificarse, a cierta salva distancia, de un estado de hipomanía (el texto explica este término) algo tonto y muy irreflexivo. Las risas constantes y sin sentido de la televisión, el gusto por decibeles exorbitantes, por luces destellantes, y por ritmos persistentes sin melodías a la vista epitomizan la situación, una adicción al ruido, cuyos cultores suelen describir con exaltación como un vivir la vida en plenitud. Es posible. O terminado el canto y el vino puede que se regrese a una vida de silenciosa desesperación: para seguir con Byron, soda y sermones la mañana después. En este contexto el deprimido no sólo parece desentonar; claramente puede inquietar, porque el gusto por la vorágine no ignora el abismo. Las técnicas de distracción no son infinitas, sin embargo. Cualquiera de los crónicamente eufóricos, que confían en productos energizantes y no desdeñan codearse con la trasgresión, puede subirse al bote con frecuencia colmado de la depresión.

La depresión, a diferencia de la vida vivida para afuera, puede tener también un costado no sólo positivo, sino también potencialmente trascendente. No se sale (y afortunadamente se sale) de un episodio de depresión mayor (nuevamente, el texto lo explica) siendo la misma persona que se era. El sufrimiento deja su marca, y las cosas no serán ya como solían ser. No hay aprendizaje como el que confieren la aflicción o el tormento espiritual: hay rincones del propio corazón que uno no conoce, y para conocerlos entra en él el dolor, recordando la muy sabia observación de Leon Bloy. Definidamente, la pena es más creativa que la alegría, a menos que uno se llame Beethoven, que podía construir grandezas musicales con ambas. Y hay circunstancias en las que llorar no es sólo lo único que se puede hacer, es lo mejor que se puede hacer. Si caminar a través de los carbones encendidos, como es el caso de enfermedades invalidantes o dolorosas (y la depresión es ambas cosas a la vez), resulta traumático, superar el tránsito de alimento para una renovación existencial de alcances antes no sospechados.

El deprimido no flota en la nada ni está solo en su enfermedad. Con frecuencia lo rodean amigos, familiares, en suma, un núcleo próximo e inmediato con el que interactúa constantemente. La depresión cae sobre estos grupos con tanta brutalidad como sobre el enfermo. Produce ansiedad, desconcierto y desamparo. Se entiende entonces que si la primera prioridad es el enfermo, la segunda son sus familiares y allegados. La posibilidad de acceder a un texto que los ilustre sobre las características reales de la enfermedad, y los provea de algunos recursos para ayudar al paciente y también a sí mismos es un trance tan difícil, constituye una ayuda capital que no debe ser ignorada. El presente es un libro que intenta justamente esta tarea.

Que tanto el clínico como el médico general no sólo pueden sino deben tratar la depresión es una cuestión tan resuelta que mencionarla podría ser ya imperdonablemente innecesario. Si lo traigo a colación, es porque el autor, Alfredo Gutiérrez, es un internista que ha dedicado los últimos veinticinco años de su vida a conocer y tratar la enfermedad depresiva. Su autoridad es indisputable. Y dedicar un texto escrito en forma de manual a la problemática de los familiares, más que a la del enfermo mismo, es una idea excelente, porque un texto así es en realidad indispensable. En la interacción enfermo-familia, ambos lados de la ecuación son fundamentales para el éxito del tratamiento, y el libro del Dr. Gutiérrez se ocupa del que ha sido algo olvidado en la ardua lucha de la medicina contra la depresión. Por lo tanto, debemos darle crédito a su obra, y esperar el éxito que la tarea, que como se verá, es empática y esforzada, merece.

Muchos libros (y no pocos prólogos) son dictados por la vanidad. Tal, puedo dar fe, no es el caso del que comentamos.


lunes, 20 de julio de 2009

Ediciones PROMIR

Los libros de la Fundación PROMIR pueden encontrarse a la venta en un stand especial de la librería Ross, en la peatonal Córdoba. El mismo se encuentra en el Primer Piso.

Héctor O. Alonso: "Palabras, palabras, palabras"


PRESENTACIÓN DE LA OBRA “PALABRAS, PALABRAS, PALABRAS” del Profesor Dr. Héctor O. Alonso

ALONSO, Héctor O. (2006): Palabras, palabras, palabras sin figuras ni conversaciones, Rosario: Fundación PROMIR /Corpus editorial

Presentado por los Dres. Alberto D’Ottavio y Juan Carlos Paradiso

Rosario, Centro Cultural Ross, 4 de diciembre de 2006

Antes de adentrarme en la obra que estamos presentando, como conozco al profesor Alonso desde hace mucho tiempo, quiero aprovechar para contar una pequeña anécdota.

Me debo remontar a los primeros meses de 1972, a propósito del concurso para Residentes de 1º año en el entonces Hospital Escuela “J.M.M. Fernández”, hoy el hospital Eva Perón de G. Baigorria. Allí yo aspiraba a una plaza en la residencia de Medicina Interna.

Una de las pruebas era de idioma inglés, que se tomaba traduciendo un párrafo. Serían unas 100 palabras. Como datos curiosos: Todos los aspirantes rendían juntos, independientemente de la especialidad y todos debían leer el mismo fragmento frente al tribunal - seguramente, para comparar la fluidez de cada uno –. Pero era un examen individual, de manera que nadie veía ni escuchaba el examen de los otros.

Un candidato a residente de cirugía, Forte, sale de dar su examen y dice: “era muy fácil, era un párrafo que decía…” (y lo repite casi completo)

Yo en ese entonces tenía una gran memoria.

De modo que cuando entré repetí el párrafo casi entero, por supuesto en castellano, con toda la apariencia de una traducción excelente, hasta con entonación creo.

Pero de pronto llegué a una palabra que no conocía – en realidad que no había sido anticipada por Forte –. No era particularmente difícil, pero…

Recuerdo que se trataba del verbo: to weigh /wei/ pesar o quizás weight /Weit/ peso (de un cuerpo), en cualquier caso una palabra de inglés básico.

Pero allí de golpe me detengo y digo: “esta palabra …” … ‘significaba….’

Y cometo el error de intentar pronunciarla en inglés … no sé qué habré dicho.

Pero igualmente ya el tribunal estaba bastante convencido de mi fluidez.

Entré como residente. Y al poco tiempo Alonso me dice:

“Aquí hay un trabajo de revisión sobre cáncer. Tómese unos 15 días, a lo sumo un mes y tradúzcalo, usted que lee tan bien inglés…”

“Y después nos da una clase de actualización para la cátedra.

Creo recordar que su voz se fue haciendo cada vez más suave.

Lanari dijo de Alonso que su voz era como la música de Mahler (pág 95) que aumenta y disminuye de volumen hasta hacerse casi inaudible… Nosotros cuando escuchábamos una de sus clases, sabíamos como agudizar el oído para que no se pierda ninguna palabra.

También sabíamos que ese descenso de la voz podía indicar que la sugerencia, era muy perentoria.

El trabajo de revisión en cuestión era un número entero de la revista “CA – A Cancer journal for physicians”, publicación de la American Cancer Association.

Así fue como empecé a estudiar furiosamente el inglés. Creo que en un mes ya podía traducir bastante bien un artículo de inglés médico con diccionario al lado.

Después dejé las muletas.-

Siempre agradecí a esa sugerencia, con esa voz de intensidad disminuida, el haberme obligado a estudiar inglés.

En noviembre de este año asistí a la presentación preliminar del libro en un congreso de la fundación Promir.

A los pocos días me llama Alonso y pregunta: ¿leyó el libro? […]

Me gustaría que usted lo presentara – susurró – más o menos en quince días.

No sé por qué tuve la sensación de empezar otra vez la residencia. Tuve que aprender mucho sobre Proust, Chesterton, Mahler y tantos otros […]

Pero también debo agradecer esta posibilidad, sobre todo porque me hizo leer un libro realmente hermoso.

El Dr. Alberto D’Ottavio ya hizo un comentario de la obra en general y en particular desde el punto de vista literario. Yo comparto sus apreciaciones y no voy a ser redundante.

Sólo voy a referirme a algunos aspectos del texto, algunos temas recurrentes sobre los cuales Alonso reflexiona y nos invita a hacerlo junto con él, y también trataré de encontrar alguna línea de continuidad entre la obra y el autor, que me ha honrado con su amistad y me distingue al elegirme para esta presentación.

La filosofía de Alonso

Generalmente, los autores que provienen de las ciencias biomédicas, no se sienten obligados a explicitar su posición epistemológica o a lo sumo se presentan como representantes legítimos de la Ciencia. No es el caso de Alonso, quien generosamente nos revela sus puntos de apoyo, tomando posición frente a cada problema o situación que requiere de una valoración epistemológica o ética.

Pero los intereses son tan vastos, que es difícil poder seguirlo en todos los frentes:

Adhiere a las ideas del Renacimiento y la Ilustración (pág. 35) (pág. 262) y en su defensa de las posturas de la ciencia tiembla ante el fanatismo religioso.

Se declara materialista en su filosofía y monista en oposición al dualismo cuerpo / mente (pág. 31) y al no creer en la existencia del alma da mayor importancia a la vida humana, porque es lo único que tenemos y por lo tanto sagrada.

Pero volverá a desdramatizar, porque la existencia solo puede ser vista como una cosa absurda, dolorosa, no demasiado seria. Al hombre, sin embargo, lo salva la poesía:

Entiendo la alegría, el júbilo y el éxtasis, ese espíritu que raramente… raramente nos visita, y que nos permite, por breve tiempo, tener alguna revelación del universo. (Pág. 34)

Delimitación de la ciencia

Uno de los aspectos que preocupa a Alonso es la delimitación de la ciencia, esa línea a veces delicada que la separa de las seudociencias. Sabe que ésta es una tarea a veces ingrata pero que debe hacerse:

El “aspecto de incerteza de la ciencia, lo provisional de sus conclusiones, que suele irritar a sus detractores, es justamente su carácter más noble y humano, porque encarna una lucha quijotesca compuesta más de fracasos que de triunfos”. (pág 266)

Reflexiona sobre las leyes científicas (pág. 128), aquéllas que ayudan a la delimitación del status científico y reconoce en Popper un hito importante, con su concepto de falsación. Pero pronto vuelve a abandonar la solemnidad y nos recuerda que la Regla de oro de las ciencias y las artes es:

“quien tiene el oro hace las reglas”.

Retoma el tema en su ensayo “Las limitaciones y perplejidades de la ciencia; los deleites y las certezas de la pseudociencia”. Cita a Mark Twain (pág. 72) quien prefería los pecados de una muchacha

“Hay mucho de bueno que decir de ella, pero lo otro es más interesante”

Al aplicar la misma expresión a las diversas pretensiones de cientificidad, Alonso discute el atractivo de la seudociencia y avanza una hipótesis con la cual trata de explicar

“Por qué preferimos olfatear el penetrante aroma del sulfuro que los suaves perfumes de la virtud.”

La seudociencia que Alonso nombra en singular, abarca un amplio panorama, con figuras comunes que pululan en los anuncios de los diarios y en publicidad de variadas prácticas sanadoras del cuerpo y del alma: Astrología, Homeopatía, Telequinesis … y aún el Psicoanálisis.

El autor nos da una serie de características de la pseudociencia… de las cuales solamente voy a mencionar algunas:

“Uso de mitos ancestrales para apoyar teorías… que luego son usadas para explicar los mitos…” un pensamiento circular.

“El acendrado fundamentalismo de la seudociencia constituye una forma de aceptación de lo irracional que, en sus aspectos más extremos, entraña un riesgo y un retorno al primitivismo del tambor”

En ‘Una mirada a la homeopatía, por un alópata’ (pág. 150) recuerda con ironía que los mismos homeópatas destacan que su práctica curativa no necesita del diagnóstico. El autor parece tener muy claro que la mejor forma de refutación proviene de los propios enunciados de sus defensores. Como que el agua podría recordar sustancias que alguna vez estuvieron disueltas en ella, pero sólo si era vigorosamente agitada.

Con todo, la homeopatía, en términos de Popper es pasible de refutación. Más autosegregadas del tronco científico son las teorías que, por su gran plasticidad, no pueden ser refutadas por los hechos. Y allí ubica al Psicoanálisis (pág. 161), por su propia naturaleza conjetural.

La medicina. La clínica

Plantea claramente que la medicina es ciencia y es arte. Es una actividad humana, por lo tanto necesita la mirada de la ética y de las humanidades. Ingresa a la economía preocupado por la crisis a la cual nos lleva el reinado sin control de la tecnología y encuentra en los clínicos, así como en los médicos generalistas, las figuras alrededor de las cuales se podrá restituir una racionalidad perdida. Y en ‘Vida muerte y resurrección del Clínico General’ (pág 131) su refutación de una tesis de Spencer suena bien a nuestros oídos americanos, azorados por las tesis racistas del autor inglés.

En ‘El Clínico, el generalista y la economía’ (144) discute la tensión entre el acceso social a la Medicina, la calidad de los servicios y el coste. Esta problemática se relaciona directamente con la introducción acrítica de la tecnología.

Problemas éticos (38) (100)

La Medicina no puede soslayar una permanente reflexión sobre las consecuencias éticas de sus prácticas. Esta reflexión deviene desde los tiempos de Aristóteles, para quien en toda acción (praxis) hay un principio rector: “hacer el bien es su propio fin”. Por tanto, desde estas reflexiones antes de aplicar cualquier destreza o técnica – que se relaciona sólo con el producto – debe primar el juicio práctico – que se orienta hacia el proceso de adoptar una acción –.

En sus reflexiones se refiere en particular a tres virtudes de los médicos:

1) El compromiso de cuidar la vida y la salud

2) La responsabilidad por el paciente: que incluye velar por su bienestar, tanto como ser honesto y sincero.

3) La autonomía en las decisiones.

Cada una de estas virtudes tiene hoy sus limitaciones o condicionantes que crean situaciones dilemáticas, es decir que contienen premisas aparentemente contradictorias:

¿Qué hacer hoy ante el dilema de mantener la vida a toda costa versus permitir la muerte digna?

¿Cómo elegir en una situación en la cual la verdad puede restringir el bienestar del enfermo? ¿Cuáles son los límites de la sinceridad?

¿Las regulaciones sociales, las exigencias sociales, el trabajo en relación de dependencia en instituciones cómo modifican la autonomía?

Alonso también indaga y nos brinda sus propias respuestas en temas como la experimentación animal 38 con fines de investigación, el medio ambiente (178) y otros. A través de una argumentación, nuestro autor toma partido por la vida humana y es reticente a la reintroducción de especies extinguidas o en extinción, como el oso pardo o el ciervo, en ciertas regiones de EEUU, por el daño ecológico 181.

La universidad y la facultad de Medicina

El profesor Alonso ha dedicado su vida a la enseñanza de la clínica en la Universidad. Ha conocido diferentes planes curriculares, los que son sometidos a un análisis crítico, con un sabor a veces amargo, otras veces ácido. Analiza la fragmentación de la clínica (123) – otro legado spenceriano – y la reconstrucción por subespecialistas. En la universidad reaparece la tensión entre masividad y calidad, donde se traduce en la confrontación entre capacidad de la institución para la formación de profesionales y requerimientos estudiantiles de ingreso irrestricto.

Pero su visión de la política universitaria, sus posiciones sostenidas con firmeza, también le han valido dolores, que sintetiza así:

“Es imposible participar en política universitaria sin ganar enemistades.”

“No cosechar enemigos es un signo seguro de cobardía y deshonestidad intelectuales.”

Resumen del pensamiento

Alonso no usa un estilete sino una espada de doble filo.

Parafraseo a Ángel Cappeletti:

Por una parte tiene un filo dirigido hacia los mitos y tabúes sociales, hacia las prácticas tradicionales precientíficas, las medicinas alternativas, a las cuales no acusa de demasiado nuevas, sino de demasiado viejas.

Por otra parte, previene contra algunas ideas y prácticas contemporáneas, que cree se han dejado seducir por el democratismo, sin pasar por la prueba rigurosa de la ciencia.

El autor expone su pensamiento y se expone en todos los frentes imaginables: invita a los lectores a tomar posiciones y los desafía con una clave, como que nos dijera:

‘‘No espero que mis interlocutores compartan todos mis puntos de vista.”

“Sí reclamo planteos sinceros y a veces vehementes.”

“Si todos están de acuerdo con todas mis ideas … quizás yo mismo deba revisarlas”.

Se podrá estar de acuerdo – o no – con la posición epistemológica del autor. Compartiremos o no el materialismo y el monismo. Se aceptará o no que la vida animal debe subordinarse a la vida humana, que las medicinas alternativas deben descartarse, que el Psicoanálisis es seudociencia, que el ingreso a la universidad no puede ser irrestricto so pena de que la institución literalmente se hunda. Se podrá coincidir o disentir acerca del mejor curriculum para la Facultad de Medicina. Pero los puntos de vista de Alonso son sumamente poderosos y están expuestos en forma brillante y honesta.

En todo caso, el libro es una exposición sincera y debería dar lugar a reflexiones profundas. Nos invita a pensar que la razón no está siempre de un lado, que hay razones de uno y otro lado. Y que la tolerancia es un principio irrenunciable.

Quien lea estos textos de Alonso tendrá una via regia que lo acercará de manera claramente perceptible al propio autor, un ensayista que se abre y se funde con casi todos los temas que conmueven al ser humano. A la vez encontrará exquisitas notas que le permitirán acercarse a otros mundos hasta ahora casi exóticos para nuestro ambiente científico. Los textos de Alonso se parecen a él. Y quizás Alonso se parezca en alguna forma a los autores, a los personajes y a las obras que constituyen su riquísimo bagaje:

v Vibrando con la música del perfeccionista Mahler, esa demasiada música de una intensidad que va desde la elocuencia y el énfasis hasta un hilo que se hace casi inaudible.

v Se lamenta de que la producción de Dylan Thomas sea escasa y desperdigada, rescatado ahora gracias a algunos de sus amigos.

v Le conmueve la sutileza de un Eliot.

v Señala una coincidencia estilística entre Chesterton – un hombre de letras de intereses variados: cuentista, novelista, biógrafo, crítico literario, historiador – y Proust – hombre de un solo libro, obsesivo, perfeccionista (pág. 297) – ambos compartiendo un gusto por la riqueza de la adjetivación.

v Alonso Quijano arrojando su alta y querida figura contra los molinos

v Karl Popper en clave humorística de Oscar Wilde.

v La epistemología de Mario Bunge, con quien el autor intercambia correspondencia (y tiene la modestia de no mencionarlo).

v La semblanza de los grandes clínicos de Rosario

Sí. Nuestro Alonso se les parece. Alonso Quijano (nos dice Borges) fue una creación de Cervantes. Borges (nos dice Alonso) explicaba las similitudes con la hipótesis de un autor universal, cuya existencia justifica las semejanzas y las grandes convergencias literarias que se dan a través del tiempo o del espacio entre autores que no siempre se han conocido. Quizás nosotros podamos agregar algo al platonismo borgeano: Las personas son como el diapasón: pueden vibrar con el sonido que les produce mayor resonancia.

Sí. Nuestro Alonso se les parece.

Este juego de lentes que van encajando en forma telescopada, entre realidad, ficción, entre autores y sus personajes y también con las creaciones de sus personajes, con las reminiscencias de otros autores… todo eso lo expresa bien el mismo Borges en su sueño de Alonso Quijano:

[…] El hidalgo fue un sueño de Cervantes

Y don Quijote un sueño del hidalgo.

El doble sueño los confunde y algo

Está pasando que pasó mucho antes.

Quijano duerme y sueña. Una batalla:

Los mares de Lepanto y la metralla

Voy a terminar señalando dos contradicciones en el discurso de Alonso:

Alonso no cree en la conveniencia de replantar especies en extinción, como lo dice a propósito de los osos y de los ciervos. Sin embargo, debe ser recordado como el responsable de la resiembra de los clínicos en un momento en que se habían literalmente extinguido.

Alonso afirma que el intento de eternizarse a través de un libro puede ser tan fútil como

“Aquel ensayo infantil de eternizar nuestras iniciales escribiéndolas en el vidrio opacado por el frío de la mañana, que el sol borraba un rato después”. (pág. 14)

Yo creo que esta vez el profesor Alonso ha equivocado su pronóstico. Creo que éste es un texto destinado a perdurar y felicito a quienes lo exhortaron a retomar la pluma para dar esto que no quiere que sea visto como un legado, pero que muchos reconocerán como genes que ahora ya circulan en la sangre o memes instalados en el imaginario de una nueva población de clínicos.

Juan Carlos Paradiso


Prefacio

Héctor O. Alonso

Lo que está y lo que no está

El presente libro es una recopilación de trabajos de distinta índole producidos entre algún momento de la década del 60 y la actualidad. Aunque, en efecto, de orígenes varios, los une un rasgo común, quizás mejor definidos por la negativa: no hay aquí obras que podrían denominarse de carácter técnico, científico o estrictamente médico. Lo que no se inserta en esa categoría podría (pero no necesariamente, debería) encontrar un lugar en estas páginas. Lo estrictamente médico, en efecto, ha sido deliberadamente excluido. Ésta es una fácil determinación. Los trabajos científicos tienen una vida limitada, como se sabe, y terminan por ser de poco interés, si es que alguna vez lo tuvieron. Y suelen carecer de cualquier significación general fuera de sus conclusiones, aunque eventualmente puedan connotar alguna. Hay pocas excepciones a esta regla. Los breakthrough, trabajos capitales que constituyeron un hito en el progreso de la ciencia, son, por cierto, escasos. El Origen de las especies mismo, un bólido que en 1859 impactó con enorme fuerza sobre la superficie serena de las ciencias del hombre, hoy tiene un valor histórico, aunque sin duda fue un trabajo científico de enorme significación general. Pero se podría estudiar con profundidad la teoría de la evolución sin ni siquiera hojear el insigne libro, aunque sería una lástima en un sentido histórico y humano. Tanto Francis Crick como Peter Medawar obtuvieron por separado el premio Nobel de Medicina gracias a investigaciones publicadas de impar trascendencia. Sin embargo, estoy seguro que ambos, excelentes escritores, seguirán siendo leídos por sus otros libros, humanísticos y conceptuales. ¿Qué queda para nosotros, tan distantes de los happy fews? En definitiva, el lector puede descansar en la seguridad de que en el caso presente no hay en absoluto pérdidas que lamentar, aunque el autor recuerde con afecto, enteramente personal, algunos trabajos. ¿Qué es entonces lo que está?

Aunque algo más se detallará en la Introducción y en los pequeños prólogos que me ha parecido importante incorporar a las distintas secciones, se puede decir que ahora que se han reunido escritos presentados (no hay aquí, con un par de excepciones, nada inédito) en distintas publicaciones o leídos en diferentes lugares públicos, temas generales aunque habitualmente relacionados con la medicina, que podrían ser leídos y comprendidos por cualquier interesado.

Además de la exclusión señalada, hay otras, deliberadas o no. Por natural e incorregible desorden, se han extraviado algunos trabajos de distinta naturaleza, cartas a periódicos, y creo tener memoria, conferencias leídas, y, por lo tanto, escritas. Otras conferencias no escritas, que son por lejos las más, naturalmente no pueden figurar aquí. Aunque esto se me ha reprochado, no tengo nada de que lamentarme en este terreno. Algo más expresaré al respecto en la sección pertinente. En resumen, es probable o seguro que algún material se haya perdido, sin que esto sea motivo de lamentaciones. Más sorprendente es la buena cantidad, quizás excesiva, que se ha podido rescatar. Esto significó, más que simple búsqueda, compleja arqueología. De las excavaciones, como por ejemplo alborotar viejas colecciones de periódicos en distintas bibliotecas a la pesca de extraviados artículos, participaron algunos generosos amigos a los que estoy especialmente reconocido.

En algún concurso perdido en el tiempo el reglamento exigía a los candidatos un escrito donde se señalaran los principios que guiarían su acción, caso de obtener el cargo. Para esto debí escribir algunas páginas que cubrían este aspecto. Aunque no despreciables, me parece, he decidido excluirlas, excepto algunos breves capítulos que todavía hoy representan razonablemente mi pensamiento.

También de propósito he excluido de esta recopilación un trabajo mayor al menos en extensión. Me refiero a un ensayo sobre el escritor inglés D. H. Lawrence que intenta demostrar, a través de un análisis de su vida y obra, que, en oposición a lo que se ha sostenido, no mantenía ideas totalitarias aunque su filosofía irracionalista lo acercaba peligrosamente a estas posiciones políticas. He excluido también alguna obra de ficción, cuentos, algunos de los cuales obtuvieron premios en su momento. Creo que desentonan en el contexto que he venido señalando. Y seguramente es exigir demasiado al probable, generoso lector.

Finalmente, se han perdido en el tiempo infinidad de notas, seguramente varios cientos, escritas en el ejercicio de mi cargo de profesor. Deben quedar algunas, en los cuadernos en los que escribía los manuscritos antes de la era de los procesadores de texto. La mayoría de esas notas fueron inútiles y solo sirvieron para restar tiempo a actividades más trascendentes, pero tal es la suerte de los que obligadamente caen en manos de la burocracia. Algunas, creo recordar, pudieron tener algún valor normativo, o enfatizar auténticos sentimientos académicos, y pueden haber sido eficaces en molestar a los sectarios que nunca faltan en ambientes supuestamente intelectuales, en el caso de que dichas notas fueran leídas por alguien. Si las menciono aquí es porque, retrospectivamente, me abruma el esfuerzo dilapidado.

Al escribir los pequeños prólogos a cada una de las secciones caí en la cuenta de que debía hablar de mí mismo y mi propia vida más de lo que me había propuesto al inicio de esta aventura. He tratado de limitar tales referencias al mínimo. Al cabo, sin embargo, advierto que una recopilación como ésta termina por tener, sin premeditación alguna, un carácter cercano, si no a una autobiografía, al menos a unas memorias encubiertas.

En resumen, lo que no está no se extrañará; lo que está será encontrado, para juicio de todos, a la vuelta de algunas páginas. Pero tengo conciencia de que creer que un libro común, que cuenta apenas como registro de un esfuerzo individual o grupal, puede persistir en el tiempo (fantasía que me parece aflige a algunos), tiene un firme parecido con aquel ensayo infantil de eternizar nuestras iniciales escribiéndolas en el vidrio opacado por el frío de la mañana, que el sol borraba un rato después.